El primer rancho que levantaron se parecía más a una obra de arte improvisada que a un lugar para vivir. Las chuecas paredes de madera estaban forradas con lienzos de paisajes y de bailarinas, colocados para evitar el paso del frío y la neblina.
Pese a que fueron testigos de los desplomes de la vivienda cada vez que llovía, la pareja no regresó a la ciudad sino que se estableció definitivamente en este lugar y convirtió la montaña en una escuela al aire libre para los niños.Así empezó el proyecto de educación ambiental de Alejandro Astorquiza y Janet Yanguas en la vereda El Otoño, enclavada en Los Farallones de Cali. Los dos llegaron a este sitio como amigos, pero los senderos repletos de hojas húmedas los convirtieron en amantes y esposos.
Hoy, la pareja y sus tres pequeños hijos, conforman la familia, reconocida por los habitantes de la vereda como los gestores de una conciencia ecológica que respeta los saberes populares y fomenta la conservación de las fuentes de agua para bien de la comunidad.
También son reconocidos por la mención de honor que recibieron el 29 de noviembre por parte del jurado del Premio Nacional de Ecología Planeta Azul del Banco de Occidente, en reconocimiento a su labor educativa.
Su trabajo comenzó con los niños y luego se extendió a los adultos. Establecieron criaderos de pequeños animales comestibles con el fin de evitar la caza del armadillo y guatín, especies amenazadas en la zona. Impulsaron la creación de un museo de la cauchera, luego de una campaña en la que los niños decidieron cambiar sus tardes de cacería de aves por el disfrute de observar los comportamientos de los pájaros carpinteros de los robledales.
Al mismo tiempo que difundían el respeto por el entorno, Alejandro, un maestro y sociólogo y Janet, una egresada de bellas artes del Instituto Popular de Cultura de Cali, llegaron a la conclusión de que estaban atados a la suavidad de la niebla y a la soledad del extraño Roble Negro (Trigonobalanus excelsa).
Por eso, gastaron sus ahorros en la compra de un terreno de 20 plazas de extensión que se convirtió en la Reserva Natural de Roble Negro. Hoy, este lugar es visitado por estudiantes y grupos ecológicos en busca de los bosques de este árbol escaso en Colombia y el mundo.
Aparte del bosque situado en esta Reserva y en Los Farallones, en el país solo se conocen otras dos pequeñas poblaciones de Roble Negro localizadas cerca a la finca Merenberg y a Virolín, en Santander.
A pesar de que son únicos y pocos, la gente aún no comprende la importancia de preservar estos árboles generosos , dice Alejandro acostado con su hija Rebeca, de 3 años, bajo el denominado Roble Niño para observar sus 60 metros de altura. Este roble, situado en la mitad de un sendero lleno sombras, simboliza los beneficios que el bosque brinda como zona productora de agua para las cuencas de los ríos Pance, Lilí y Meléndez, que bañan a Cali.
A este personaje del bosque, que posee un túnel natural en sus raíces y en donde caben unas 10 personas, los niños le dedicaron una canción con las enseñanzas de Alejandro y su familia. Pero como la ecología va más allá de la pura contemplación, actualmente Alejandro asesora un proyecto ecológico emprendido por un grupo de alumnos de 11 grado del colegio Tulio E. Tascón para multiplicar y extender la población del roble.
Publicado por El Tiempo Colombia
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